Durante el primer año de relación con mi novia china, ella se mantuvo bastante reacia a la idea de vivir en Bera, el pequeño pueblo del Prepirineo navarro en el que crecí (no tanto en estatura como en dimensiones craneales).
Sin embargo, a partir del verano en que fue a visitarlo, nuestros planes de futuro se fueron alejando cada vez más decididamente de la idea de quedarnos a vivir en China, para disgusto catastrófico de su madre.
La verdad es que a mí no me importaría nada seguir un tiempo más en el país de Confucio y probar a vivir en zonas menos urbanas, pero lo más probable es que volvamos a mi tierra natal para que mi novia pase unos años enseñando chino, aprendiendo español, y si se anima, quizás también euskera.
Pero el disgusto de la suegra no se debe sólo a que vayamos a trabajar en un…
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